Ayer tuve mi sesión mensual de acompañamiento. Siempre nos encontramos en un punto intermedio entre el pueblo de mi acompañante y el mío, un restaurante de carretera que si no fuera porque la camarera nos conoce ya se habría pensado algo raro de estos raros encuentros periódicos entre dos hombres que cuando se ven se saludan afectuosamente con un abrazo. A nosotros no nos importa. El hecho de desplazarte para un acompañamiento te pone en camino y el desplazamiento se convierte en reflexión (de ida y vuelta). ¿Qué traigo a este acompañamiento? Hay varios temas en mi mente pero puede más uno de ellos: sentimientos, atascos y reflexiones del último encuentro de Monte Carmelo. Mi acompañante conoce bien este ambiente, pero yo le recalco que el grupo humano que forma esta edición (no conozco las anteriores) parece que tiene algo especial. Y no os lo vais a creer pero cuando comencé a exponer esto y recordar vuestros rostros, las profundas reflexiones que hacéis o las entrañables conversaciones de sobremesa no pude remediar el emocionarme. La emoción de lo vivido vuelve a brotar con el recuerdo. Rápidamente tomé aliento y continué con mi exposición. Mi acompañante, que se tiene bien aprendido el proceso, escuchaba y observaba con atención y en silencio. Yo me sentía escuchado, ¿se habrá dado cuenta? No importa, adelante. En una conversación de pasillo, este pasado encuentro, comentábamos que en este grupo no hay paja, aludiendo que todo es grano.
Hoy, al comenzar el libro que nos va ayudar a evangelizar nuestro corazón, he relacionado todo esto y me ha salido escribirlo y compartirlo (espero no os haya interrumpido mucho).
Juan Emilio
NOTA DEL BLOG:
Gracias, Juan Emilio, por tu testimonio.
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